miércoles, 2 de febrero de 2011

CAPÍTULO OCHO.

Una mañana de Septiembre, en el aeropuerto de Navarra.


Carolina no ha ido al instituto esta mañana ya que su prima, está apunto de llegar. 
      Está reunida junto a toda la familia esperando a Victoria, o como ahora le llaman: Vicky. El avión se ha retrasado, o al menos eso supone ella debido a la tardanza. ¡Le ha dado tiempo a ir al baño a arreglarse tres veces!
      Y la razón de ello, es por que está nerviosa. Quiere ver de una vez por todas a su prima, pero también tiene miedo. Miedo a la opinión de ella, o de su primera impresión. No quiere que Vicky piense ''Vaya, con lo guapa que era hace dos años... Y ahora mírala". No, ni hablar. Y no va a ser así. Su prima quedará impresionada, 

      De pronto, la música que suena en la sala de espera del aeropuerto se detiene y se escucha a una señora anunciando que en unos minutos aterrizará el vuelo Inglaterra-Navarra.

      La familia sonríe entusiasmada. Por fin, ha llegado el momento. El corazón de Carolina late con rapidez, siente que necesita chocolate para calmar la tensión. Mira a su madre, la cuál esta hablando con parte de la familia.

      - Mama. - Susurra, pero ella le ignora. - ¿Mama? ¡Mama!
      - ¿Qué quieres? - Contesta agobiada. 
      - Dame dinero, que me quiero comprar un Kit-kat.
      - Te vas a poner como una foca. - Le contesta sin ni tan siquiera mirarle, y luego se dirige a sus familiares- Como veis, tiene dieciséis años, pero una mentalidad de siete.

      La familia ríe de ella, la cuál con disimulo pone una cara de asco y se dirige a la máquina de comida que hay en la entrada del aeropuerto.
      ¿Por qué su madre se comporta así con ella? Siempre la ha tratado como si no tuviese sentimientos, nunca la ha valorado. Desde que era cría, ha tenido que soportar las criticas de su madre, las cuáles no eran pocas. Pero ya está harta, algún día pondrá fin a toda esta humillación. ¿Acaso es adoptada? ¿O el problema es que su madre es, directamente, tonta? 

      Decide no darle más vueltas al tema y se coloca en la cola que hay en la máquina de comida. Delante suyo se encuentran unas ocho personas, la mayoría turistas, que hablan en otros idiomas. Pero Carolina se fja en un chico. Éste le mira de reojo y le sonríe un par de veces. Cuando llega su turno se gira y dice:

      - ¿Quieres comprar algo tu primero?
      - Vaya, qué amable. -Contesta ella sonriente. - Si me lo ofreces.
      - Claro, y si quieres podemos quedar a cenar.

      Carolina ríe sarcástica. Se gira y éste, le guiña un ojo. Mete una moneda en la máquina y se compra su deseado Kit-kat. Una vez con la chocolatina en mano, le susurra al chico:

      - Lo siento, no tienes ni la más pequeña oportunidad conmigo.

       Ella sonríe, pero el rostro del chico no muestra tanta alegría. Carolina se va, moviendo el culo, asegurándose de que el chico está mirándolo. Se gira para comprobarlo y, en efecto, lo estaba haciendo. Le encanta hacerse la dura, nunca falla. Por gente así, que se arrastra ante ella, nunca le baja el autoestima. Carolina es feliz haciéndose desear. Camina con paso firme para reunirse de nuevo con todos sus familiares, los cuáles están rodeando a alguien.

      - No puede ser... - susurra para sí misma, y más tarde, grita - ¡VICKY!

      El circulo de familiares se abre, dando a descubierto la imagen de Victoria. Lleva el pelo suelto, largo y liso, castaño; de su color natural. Viste con unos baqueros, una camiseta de manga larga y una bufanda. Está acostumbrada al frío de Inglaterra.
      Al ver a Carolina, ésta abre la boca. Objetivo conseguido, Vicky piensa que su prima está increíble. Ambas corren ansiosas por abrazarse. Y cuando por fin se tocan, se abrazan, como un primer contacto, lloran de emoción. Tras ellas está toda la familia observando lo mucho que se quieren. Pero no les importa, que esperen, que esperen mucho. Por que tienen demasiadas cosas que contarse, han de ponerse al día de sus diferentes vidas. Las cuáles, próximamente, cuando Vicky se incorpore en el instituto de Carolina, se unirán.


       Una mañana de Septiembre, en un parque de la ciudad de Tudela.

      Allí se encuentran Hugo y Mel, haciendo pellas, saltándose clases. No hablan, y tampoco se sienten incómodos por no hacerlo. Están sentados en un banco, Mel fuma un cigarro mientras Hugo observa como un pájaro herido no logra alzar el vuelo.

      Se miran unos instantes. Ambos reconocen que en esa relación, más que amor es pasión. O mejor dicho, atracción. Pero lo que verdaderamente piensa Hugo es que, la atracción no le llevará a ningún sitio. Está claro que Mel es guapa, solo hay que verla. Pero quizás se haya cansado ya de ella. También le atrae Alex, a la que conoce desde el primer curso de instituto. O la chica nueva, de la que ni si quiera sabe su nombre. Aun que, está claro que no le ha echo falta saber su nombre para darse cuenta de que era una chica muy atractiva. Le ha gustado ponerla celosa esa misma mañana con el numerito de Mel. Hugo sonríe al recordar todo esto.

      - ¿Qué pasa? - Dice Mel.
      - Nada.
      - Vamos, Hugo, dímelo.
      - Nada. Sabes que soy un hombre de pocas palabras.

      Y es así. Hugo es el hombre más seco, más borde, más antipático y más soso que existe. Pero también el más guapo. Tiene algo especial, que vuelve a las chicas locas. Le gusta jugar con los sentimientos de la gente, ya que él nunca ha perdido una partida. Por eso nunca ha tenido nada estable con ninguna chica, por el miedo a salir herido. Prefiere no arriesgar, suficientes problemas tiene él. Y desde que vio a la chica nueva, tiene la impresión de que va a ser duro. Pero algo le dice que arriesgue, y que pruebe con nuevas experiencias. 

      - Aveces flipo contigo. - Susurra Mel interrumpiendo sus pensamientos.
      - Mucha gente lo hace.
      - ¿No vas a preguntarme por qué? - Pregunta Mel indignada. Ya ha apagado su cigarrillo y está a la espera de la contestación de Hugo. Ella realmente le ama.
      - ¿Por qué? - Obedece sin demasiada ilusión él.
      - Flipo por que, dudo que me quieras.

      Hugo sonríe. Siempre tiene ese tipo de conversaciones con sus ligues. "Ha llegado la hora" piensa. La hora de decirle lo que les dice siempre a todas. Mira a Mel fijamente a los ojos.

       - Mel, sabes que para mí solo existe una chica en este mundo. - Susurra mientras ella sonríe. - Y esa, no eres tú.
             
      Una mañana de Septiembre, en un hospital de Tudela.

      Segundo día de trabajo de Claudia, y de momento todo va perfecto. Su trabajo no es, lo que se dice, algo muy complicado. Es la secretaria, simplemente eso. De vez en cuando entran personas y le hacen preguntas, piden citas, etc. Pero de momento, ha sabido apañárselas muy bien. Y le pagan de maravilla, no tiene de que quejarse.
      Además, su compañera de trabajo Sandra, la que se encuentra con ella en secretaría, es muy simpática. Se pasan el día hablando y riendo. Han congeniado bastante bien. 
      A Claudia ya le ha dado tiempo a hablarle a todo el hospital de lo guapa que es su hija Triana, de que viene de Madrid y de que su hijastra Elia y su actual marido Pedro es adorable.
      Aun que, si tiene que ser sincera, cree que la cara que puso su jefe Javier al escuchar que tenía familia no fue muy agradable. Es un hombre encantador, y se está portando de maravilla con ella.
      Ayer mismo, al salir de trabajar, la invitó a cenar. Aun que ella, claro está, que lo rechazó. También le ha dado una tarjeta con muchos nombres de restaurantes, probablemente los mejores de Tudela.
      Su compañera Sandra ya cree que le está tirando los tejos, sin embargo, el resto de enfermeros y enfermeras opina que es la personalidad de su jefe; es amable de naturaleza, recibió una buena educación al criarse, nada más.

      En estos momentos, Claudia se encuentra haciendo un documento Wordl en el ordenador. Es un trabajo que debe enviar al día siguiente a Javier. Trata de los horarios de los enfermeros, etc. Por lo que se ve, ella también ha de realizar estas tareas. 

      De pronto, le surge la necesidad de ir al baño. 
      - Sandra. - Le dice a su compañera de trabajo. - Cubreme un momento, voy al baño. En seguida volveré.

      Su compañera asiente y ella abandona el mostrador del hospital. Se dirige a los servicios, los cuáles están ocupados. Llama a ambos, el de mujeres y el de hombres. Y en los dos responden diferentes voces contestándole que están ocupados.
      Claudia suspira. ¿Y ahora qué? ¿Sube a los baños del segundo piso? No cree poder aguantar, se está haciendo pis encima. De pronto, ve la oficina de su jefe Javier.

      Llama a la puerta, pero nadie responde. Cegada por la necesidad de hacer pis, entra sin pedir permiso. La oficina está vacía, se puede ver la mesa de trabajo de Javi con varios papeles y un ordenador muy grande. Dentro de esa sala, hay otra puerta. "¡Aquí!" piensa, es el baño personal de su jefe. Con prisa entra y hace pis. Pega un gran respiro, qué alivio. 

     Termina de hacer pis y se dirige a el lavadero a enjuagarse las manos. Se pone un poco de jabón y abre el grifo. Este no responde, no sale el agua. Claudia, frustrada, juguetea con la manivela para comprobar si está roto y, de pronto, la manivela cae y comienza a salir agua a modo propulsión, mojandola entera e inundando el baño.   

      En ese momento, Javi regresa a su oficina. Escucha el terrible sonido del agua y se dirige a su lavabo, dónde haya a Claudia intentando apagar el grifo, como si estuviera luchando contra él. Está mojadísima, de arriba a abajo. Su uniforme de secretaria está completamente pegado a su cuerpo, marcando cada una de sus curvas.

      - ¡Lo siento Javier! De verdad, esto tiene una explicación. - Grita Claudia al ver a su jefe.
      - No te preocupes, - contesta él sonriente- seguro que la hay y que es buena.

      Javier abre un armario que hay en su servicio y saca una pequeña toalla para secar manos. La coloca sobre los hombros de Claudia para que no se resfríe, ella sonríe y se lo agradece.

      - Verás, es que el baño estaba ocupado y... Era una urgencia.
      - Tranquila. Eres tú, así que te lo perdono. Pero, ¡Mírate! Estás chopada.
      - Si, lo estoy. - Susurra Claudia al mirarse en el espejo, el aspecto era lo último que le importaba en ese momento.
      - Anda, dúchate. - Contesta él señalando la ducha que hay en su baño personal.
      - ¡Caramba! Tienes una ducha, ni si quiera me había fijado.
      - Soy el jefe, Claudia. Tengo todo tipo de comodidades. - Contesta Javier sonriente mientras prepara una toalla grande.
      - No hace falta, tranquilo, me ducharé en casa.
      - ¿Y dejar que te quedes así el resto de la jornada? De eso nada, date prisa y dúchate, que Sandra puede cubrirte un rato, pero no toda la mañana. - Contesta éste con un guiño de ojos.
      - Muchas gracias.

      Javier abandona la sala y Claudia echa el cerrojo. Se desnuda y se mete en la ducha de su jefe. Vaya, suena bastante raro. Quizás a su marido Pedro, no le guste demasiado... Y no cree que empezar en Tudela con mentiras sea algo bueno, pero ha llegado a la conclusión de que lo mejor, será esconderlo. Este pequeño incidente de la ducha, será el secreto de su jefe Javier y de ella, de nadie más.

2 comentarios:

  1. jejejeje escribe otro que soy super viciada jejejejejejejejje
    pd:triana no s eparece nada de personalidad a la de verdad

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  2. ¿Cuándo vas a hacer otro capítulo?
    El libro es maravilloso.

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